jueves, 17 de diciembre de 2015

Mar muerto

Me he tragado tantas lágrimas que mi corazón suena a fondo marino 
y se deshabita en cada vómito de sangre verde alga, 
al albur de la pleamar que espolea mis noches de marejada. 
Apenas sostenida por lacerantes espinas, como agujas de luna,
transito por una existencia ajena al concepto más elemental de vida.
En mi oscura profundidad, paisaje dalidiano de criaturas inauditas,
impera la ley del más artero; aquel que no ilumina, sino ciega,
el que envenena con un beso o, apostado en las grutas de mi alma,
paraliza con una descarga cualquier huida a la desesperada.
Mi océano, bastión de miedos, ausencias y renuncias,
anclados junto a esqueletos de galeones que nunca avistaron playa,
se nutre de sinsentidos, de síes que dicen no, y noes que dicen quiero.
Perdida en la bruma, remo contra la corriente que me arrastra,
buscando salidas entre la inmensidad de mi nada, tan llena de razones.
Remo, remo, remo… Nunca dejo de remar porque sé que tengo puerto
en el que amarrarme, porque no hay roca que me haga definitivamente encallar, porque soy capaz de arribar, aunque hoy me hunda en mi mar muerto y sola en mi soledad se me desborde el ser por la mirada.

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